Luz, comida y tabletas
Desde hace mucho tiempo que sabíamos que la pobreza de nuestras comunidades era un grave problema, aunque, exceptuando algunos momentos durante la crisis anterior, no molestaba demasiado. Algunas incomodidades estéticas, tales como ver las colas en parroquias o en comedores solidarios, alguna molestia intelectual al leer en la prensa los artículos que resumían estudios sobre el tema … Pero molestar, lo que se dice molestar, poco. En estas latitudes, a diferencia de lo que ocurre en otros continentes, la pobreza no genera grandes niveles de violencia y, mientras esto no suceda, la incomodidad es asumible. Además, la pobreza en general habita en barrios que no frecuentamos, y si lo hace en territorios más «normalizados» tiende a esconderse. Presumir de pobre no es cool.
Uno de los recurrentes (junto con los problemas de la vivienda) de estos últimos años ha sido la pobreza energética: la dificultad de muchas familias para hacer frente a los gastos de electricidad, agua y gas. La respuesta de las administraciones y de las suministradoras ha sido lenta, pero mi impresión es que, a grosso modo, ha acabado resultando bastante razonable. Mucho menos eficientes hemos estado con los problemas de vivienda y de empleo, a los que, incluso contando con experiencias excelentes, no hemos sido capaces de dar una respuesta amplia y eficaz.
Pero la nueva crisis ha empequeñecido la dimensión de la anterior. La emergencia de muchas familias, no la del decreto sino la real, ha hecho que la falta de comida sea su necesidad más perentoria. Organizaciones como Cáritas han tenido que reorientar parte de su acción para tratar de mitigar esta situación, y su primer objetivo ha pasado a ser que muchas familias no pasen hambre. Especialmente delicado, como hemos podido leer por la prensa, ha sido el caso de los niños que mantenían un cierto equilibrio nutricional gracias a los comedores escolares y que, al desaparecer estos, han visto como desaparecían parte de sus comidas diarias.
«Pero está apareciendo a marchas forzadas otra emergencia, la digital. Es menos sangrienta que la alimentaria, pero no sé si no es más grave. «
Esta emergencia alimentaria se mantendrá durante algún tiempo, aunque mediante la acción combinada de entidades y ayuntamientos se está mitigando de manera razonable. ¡Muchas gracias a todos los que lo hacen posible!
Pero está apareciendo a marchas forzadas otra emergencia, la digital. Es menos sangrienta que la alimentaria, pero no sé si no es más grave. Muchos estamos encantados de descubrir el teletrabajo y, gracias a él, que nuestras capacidades digitales pueden ser mucho mayores de lo que pensábamos. Teams, Zoom, Hangouts … se han convertido en muy poco tiempo en palabras y herramientas habituales, y si además tienes, como es mi caso, un hijo tecnólogo que te da una mano, ya es estratosférica. Disfrutamos pensando, además, en los muchos viajes que nos ahorraremos en el futuro y en cómo la puntualidad que se está imponiendo en las reuniones mejorará la eficiencia de nuestras empresas. El problema es que muchos pobres lo serán más porque también quedarán al margen de estos descubrimientos. La primera señal de alarma la hemos tenido en el ámbito escolar, cuando hemos comprobado que muchos niños no pueden seguir las escasas actividades digitales que les proponen sus maestros por falta de medios y del entorno necesario. La segunda la tendremos en el empleo.
En algunos estudios que hemos realizado recientemente, la falta de mínimas capacidades digitales es el tercer elemento que mejor explica porque una persona no encuentra empleo, después del tiempo sin trabajar y la edad. Podemos aventurar que en los próximos estudios que hacemos este factor ganará posiciones. Me temo también que esta emergencia será más difícil de combatir que la alimentaria. Es menos explícita y requiere más sofisticación (herramientas, conexión, formación …), pero en un contexto de presencialidad muy reducida que durará muchos meses, la brecha digital será más brecha, muchos pobres lo serán más y además les costará más salir de su situación. Por ello, a la luz y a la comida debemos añadir las tabletas.